lunes, 27 de julio de 2009

El niño que gritó puta.

(Acabo de presenciar un episodio increíble por desagradable).


¡Mamá! ¡Mamá, por favor! ¡Cá-lla-te-ya-de-u-na-vez! El tono despreciable con el que la hija, ¡de no mas de ocho años!, habla a su madre, sentada a su lado en el autobús urbano número 6 de vuelta a casa a las 10 de la noche, fue lo que me ha atraido, con espíritu sorprendido a presenciar la situación.

A la madre, la pobre, se le nota que está cansada, cansada de su vida y de todo. Pelo rubio de bote pero bien teñido, áspero y mal cortado; se nota que no tiene muchos recursos económicos, o que tal vez los que tiene no los dedica a sí misma. La hija, de hecho, viste bien, con zapatitos de suela de goma y broche lateral, con una mariposa cosida, bien limpitos, como su chaquetita. De hecho, sólo sé que pertenecen a la misma familia, porque la niña de 8 años no deja de gritarle a la mujer rubia: ¡Ma-mááá, por fa-vor!, ¡como no te calles te vas a enterar!

Por cómo lo dice, parece que es ella la madre, y la madre la hija.

¡Como no te portes bien!

A la madre le faltan algunos dientes, y los que tiene estan montados y son muy oscuros. Se está tapando la boca con la mano, no por los dientes, si no de pena, de escuchar las palabras que salen de la boca de su hija, que la reducen a muy poquita cosa. ¡Dios mío, pero si es mi hija!

La madre, dice: muy poca vergüenza tienes, tú... demasiada poca... sí..., con voz muy bajita, meneando la cabeza y con ojos llorosos de pena, rabia e impotencia. Tuerce el gesto.

¡Mamá, te estas portando muy mal!, y le coje la mano para darle, pero ella, la madre, ausente y apática, casi deja caer la mano, y la hija no le da. ¡Qué cara de enfado tiene la niña! Realmente parece una adulta enfadada. No es la primera vez que sucede esto entre ellas.

Me deja tiesa las palabras que la hija le dedica a su madre, me impresiona el tono de desprecio con que las dice, me sorprende que una niña de ocho años utilice tal vocabulario, y no entiendo qué puede sentir una madre al ser la víctima de su propia hija.

Pienso en las vivencias que ha tenido que vivir esa hija para hablarle así a su madre. Un niño no nace siendo así, sino que lo aprende. Y lo aprende de su núcleo familiar. Me pregunto si esa niña ha tenido núcleo familiar. Me imagino que la madre le hablaba de esta forma a la hija, cuando la hija era aún indefensa y la madre todavía no estaba cansada de todo. La madre sólo sabía hablarle si era gritando y de forma amenazante. La hija lo ha aprendido de su madre, lo ha mamado, y lo ha aprendido tan bien que lo pone en práctica con la debilidad de la madre. Porque ella es débil, y lo sabe.
Me pregunto si la niña fue maltratada físicamente cuando era bebé. Pero eso es otra historia.
¿Existirá un padre en esta historia? Me imagino que están separados, no sé por qué, y que la hija le habla así a su madre para reprochárselo.

Otra explicación lógica, habiendo sido espectadora en primera fila del acto primero, es que la hija está poseída por el demonio, y esta es la continuación de Damien, la profecía. Me da miedo mirarle a los ojos a la hija, no sea que la tome conmigo y me eche una maldición encima. Ya me tiene controlada a mi también, sin haber hecho nada para ello. Será que yo también soy débil. De todas formas, vuelvo en mí y a mi realidad del autobus número 6 y desecho (aunque no del todo) que la niña sea la hermana de Damien, y sigo mirando su cara torcida, los ojos abiertos de ira y los labios apretados.

Y esto que yo estoy viendo no deja de ser un acontecimiento más de la convivencia de estos dos seres, unidos por lazos de sangre, los únicos, y de los cuales la madre desearía poder deshacerse. ¡Qué desgracia! ¿Cómo es el día a día de madre e hija? ¿Cuál es la primera palabra que se dicen por la mañana cuando se encuentran en la cocina? ¿Tiene algún poder la madre sobre la hija?

¡Mira mamá, te voy a prometer una cosa, aquí mismo, y que si no se cumple, que me muera yo misma, mira lo que te digo! Pues mira, si no te portas bien, te aseguro que no vuelvo a salir contigo nunca más. Hoy no cuenta, ¿vale?, hoy no cuenta, pero a partir de la próxima vez, sí. Así que ya sabes. ¿Entendido? La madre mira al infinito, tiene los ojos llorosos, y se muerde el labio inferior continuamente. ¿En-ten-di-do? La madre sigue sin contestarle, ¡no tendrá que contestarle! Sería aceptar la subordinación total a la hija, su mayor humillación. ¿Has entendido mamá, eh?

La madre, que sigue sin mirarla a los ojos, acaba de tomar una decisión, le han brillado un poquito los ojos, pero es una decisión dolorosa, pero seguro que no tan dolorosa como lo que está viviendo desde hace ya un tiempo. Murmura algo de "dejar", "si, ya está", "tu verás..." ni siquiera la hija la ha entendido y por ello le dirige una mirada de odio.

Pasa un ratito y la hija bosteza, y se estira un poco, se le cierran los ojitos y (sin querer) le pasa su brazo de niña pequeña por la espalda de su madre y apoya la cabeza en su hombro. Por un momento parece una relacion normal de madre e hija.
Sigue dormitando.
En los asientos del otro lado han quedado dos plazas libres, de las que estan orientadas de espaldas, y la madre se cambia a ellos, sin decir nada. Simplemente se levanta y se sienta en el otro lado. La hija se queda sorprendida, no esperaba lo que acaba de hacer su madre. En un segundo aparece su cara de hermana de Damien, pero esta tan sorprendida que se siente insegura, no sabe qué debe hacer: si quedarse donde esta sentada, pero no sabe dónde bajarse ni dónde esta, o sentarse junto a su madre, que indicaría que al fin y al cabo la madre sí tiene algún poder de decisión sobre ella. La madre se vuelve hacia ella y le dice que se siente a su lado. La hija dice, ¡mamá...! ¡mamá...! ven aquí, sientate aquí... pero esta vez con una voz de niña de ocho años, que le pide a su mamá que esté junto a ella, que esta sola y no sabe qué hacer.
¡Ven a sentarte aquí delante!
No... aquí... mamá... siéntate aquí.
Mira, haz lo que quieras.

Y terminado el segundo acto, llega mi parada. Y me quedo sin saber qué hizo la hija, si accedió a la decisión de la madre o por el contrario optó por ir a lo suyo y quedarse donde estaba.

Voy caminando hasta mi casa, y se me empieza a revolver la tortilla de patatas que he comido con Teresa. Espero no vomitar cuando llegue a casa.