martes, 15 de julio de 2008

Panticosa. Pirineo aragonés.

POR ALGO SOY CAPRICORNIO... y es que la cabra tira al monte. Increíble es la sensación de dejarse atrapar por la montaña.
De nuevo otra de mis rutas, esta vez en el Pirineo Aragonés, y en compañía de la chatina. Nuestra meta: el Ibón de Arnales. Con la ilusión de descubrir lo desconocido, iniciamos nuestra ruta desde el "balneario" (por no llamarlo "solar en vías de construcción masiva") de Panticosa.

Tranquilas, serenas, vamos haciendo frente a nuestro ascenso. No es cansado. Cierto es que notamos el sudor empapando nuestra camiseta y a veces nos falta el aliento (nos damos cuenta de cuán urbanitas somos), cuando la cuesta es empinada y llevamos la mochila. Pero no, NO es cansado. Y es que nuestro impulso es seguir siempre adelante; la montaña nos atrae como un imán y la meta es demasiado seductora. Cumplimos una pequeña etapa y ya vemos dónde acaba la siguiente: ¡vamos a por ella! Y así cumplimos otra etapa, y otra y otra.

Primero el ascenso por las rocas, una ladera de rocas blancas desprendidas de la montaña como pieles muertas, bordeada por un sendero que tan sólo se deja intuir gracias a las pisadas hincadas por otros exploradores.

Luego el bosque tupido, que es todo verdes, marrones y amarillos. ¡Y también es todo agua!
Hay un curioso microclima de humedad transpirada por los árboles y emanada por los
riachuelos que ocupan el sendero, hecho por mano o pie humanos, como reclamando su territorio. La Madre Natura, reticente aunque amable, nos cede su cuerpo para que podamos trepar por él. Rocas que son escalones y raíces kilométricas de árboles que están y de otros que no están, son peldaños y asas.

Un claro. Dejamos el bosque, se ha hecho la luz. Pradera verde salpicada por rocas que, en una transición como en un cuadro de Escher, se torna en roca salpicada de verde. La pradera es nuestra encrucijada, la sempiterna dicotomía: ¿qué camino tomar, el de la izquierda o el de la derecha? Hasta ahora nos guiábamos por los hitos del genial señor del refugio verde quenos indicó la derecha; pero en el cruce reconsideramos los consejos del señor-con-perro-blanco, montañero por naturaleza (estas cosas se notan en la mirada que mostraba mientras nos hablaba de los paisajes que nos esperaban ahí arriba), el cual nos aconsejó a la izquierda.

Haciendo caso al señor-con-perro-blanco y a nuestra intuición, tomamos el camino zurdo, que en realidad es el río. Un agua que no deja de fluir, que ya en lo más escarpado, en lo más alto, cae con fuerza para volverse a esconder enseguida. ¿Cómo puede un monte rocoso sandrar ríos de agua helada? Si eso no es un milagro divino, no lo entiendo. Luego resurge el río con nuevo poder mágico y rugido de león de entre los gigantescos bloques de la pradera... y continúa su ciclo vital. Es el inicio de todo. El origen de un ciclo eterno.

Y un momento así hay que disfrutarlo. Una pausa a la sombra de una gran roca que descansa inmóvil desde hace siglos sobre el verde. Pasan las nubes y pasa el agua. Pasa otro senderista. Y pasa un ave surcando el cielo. Pasa una hormiga. Pasa el tiempo, que aquí realmente no existe. Pasan nuestros pensamientos. Y nosotras nos dejamos pasar...
Luego otro ascenso. Y otro. Realmente no hay meta, la meta es el camino. Como la paz.
Pero el imán de la montaña sigue activo y nos atrapa con fuerza incontrolada.
- "¿Subimos un poco más?".
- "¡Sí claro!". Respondo casi esquizofrénica.
Y así llegamos al primer lago, el pequeño. Y después de otro ascenso, ahora sí el último,
llegamos a los dos ibones mayores. Se nos llena la retina y el corazón. ¡Qué sensación de alegría! Agua límpida, pura, casi intacta, que combina todos los colores porque es reflejo del cielo y del mundo que en él se miran. No es el ibón de Arnales, pero es que eso no importa, porque este lago son todos.
El paisaje es bellísimo. Cielo, Tierra, Aira, Agua y nuestro Fuego. La confluencia de los elementos es posible. 


Alegres nos dejamos caer, livianas por el efecto de la gravedad, liberadas del imán de la montaña (¿qué parte de nosotras es de hierro?).
LO GENIAL ES SABER QUE EL PARAÍSO ESTÁ TAN CERCA.

5 comentarios:

Rayuela dijo...

Realmente caminar por caminar, sin meta, sin tiempo, es una delicia. Lo regenera todo, como si no existiera nada más.

¡Saludos!

Tacirupeca Jarro dijo...

Desde luego, es algo que recarga las pilas, puesto que hasta las alcalinas se agotan. Y la Naturaleza además tiene un don divino que hay que vivirlo, ¡y con todos los sentidos!
Abrazos

Vantysch dijo...

Jamás he estado en Panticosa, pero por tu descripción no sé por qué me ha venido a la memoria "El valle de los caballos" de Jean M. Auel. Así lo imagino yo. Gracias por acercarnos al paraíso...

Anónimo dijo...

Desde el primer momento en que te conocí supe que eras un ser increíble, una poetisa... también una risa (y mil)... desde el primer momento.
Te quiero fuerte!!!
Desde una nube dos besos.AAAAAAh.

Tacirupeca Jarro dijo...

Estimado autor del Lazarillo de Tormes, muchas gracias por tus palabras, quedo dichosa y plena de gozo... Pero, ¡¿me das una pista de quién eres?! ¿EEEEEEhh?
(Me encantan las adivinanzas, y me hago una idea, pero soy tímida y no voy a arriesgar).